sábado, 2 de marzo de 2013

INTEMPERIE


Intemperie: una joya en medio del secarral





Las imágenes de la nieve saltan estos días del telediario o de las redes sociales despertando en mi recuerdo estampas viejas. Ha nevado en el pueblo, dice también mi madre, y la nostalgia, la mía, viaja hasta el otro lado del hilo telefónico con botas de goma, y se hunde en la blandura azulada entre el crepitar de los pequeños cristales.

Cuelgo el teléfono y vuelvo al libro que, desde hace dos días, estoy devorando y me devora: Intemperie. La geografía a la que me transporta, y en la que se mueven mis emociones, es bien distinta: no nieva en Toledo ni en el libro, y sin embargo, esta intemperie me arropa y me fascina.

He llegado al final. Cierro el libro y respiro con satisfacción. Mi entusiasmo hace que me olvide de la ausencia de nieve. Tengo que reconocer que la novela me ha impresionado, y no dejo de darle vueltas a la historia y al modo de contarla.

Su autor, Jesús Carrasco, ha sido para mí todo un descubrimiento. Ha hecho, sin duda, un excelente debut en el panorama narrativo con esta novela en la que un niño huye de un entorno que ha roto su infancia para enfrentarse a kilómetros de soledad y miedo, a través de una llanura, interminable y seca, que tendrá que atravesar para librarse de sus depredadores. Por suerte para él, su encuentro con un viejo cabrero le descubrirá que existen otras formas de vida donde no gobierna la violencia. Otras maneras de interrelación, en las que prevalece el principio de armonía con la naturaleza.

Intemperie es un relato crudo, valiente, arriesgado y genial. Los personajes no tienen nombre, ni falta que les hace. Hablan poco, observan y sienten. Tampoco importan los lugares ni el tiempo. La novela fluye como un río que te transporta al corazón de sus protagonistas y de la historia; que enfrenta la inocencia con la depravación; que envuelve naturaleza y trama; que muestra caminos salvadores por los que escapar a un mundo donde la moral ha huido de sus gentes, lo mismo que el agua se ha escapado de la tierra.

Jesús Carrasco narra con frases cortas y alma de poeta. Roba los sentidos al lector hasta el punto de hacerle percibir, una a una, las sensaciones que experimentan los personajes. El texto, a mi juicio una joya tallada con minuciosidad y acierto, está salpicado de imágenes inéditas y sorprendentes que, en lugar de estorbar al hilo narrativo, lo visten de exquisito lirismo:

 “Le dio al viejo las buenas noches y, como era habitual, no recibió respuesta. Tumbado, repasó el firmamento en busca de las constelaciones que conocía, y cuando hubo terminado, dirigió su mirada a la luna creciente. El resplandor lechoso le hirió las retinas. Cerró los ojos y dentro de ellos vio persistir el fogonazo en forma de arco...”

 “El niño no tuvo tiempo de asustarse. Saltaron en él todos los resortes de la supervivencia y, en un primer momento, apretó su espalda contra la pared como si así fuera a disponer de más espacio sobre la ménsula. Espacio para saltar al otro lado del tubo, sobre el humo y las llamas. Sus células pensaban por él y entre las opciones posibles no consideraron la de dejarse caer sobre los serones ardientes y salir de una vez al aire seco del llano. Si llegaba el caso, dejaría que el fuego, como un hurón ciego y voraz, le mordiera hasta matarle…”

Espero que cuando no nieve en Toledo, caiga en mis manos un libro como éste que me libere de la frustración.

Consolación González Rico

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