martes, 22 de diciembre de 2015

CANCIÓN DE INVIERNO


                                                          Consolación González Rico

miércoles, 25 de noviembre de 2015

25-N: UN AMIGO TE ESPERA



Cincuenta euros es todo tu capital y te ofrecen dos mil; no puedes despreciar la ocasión. El maquillaje y el peinado corren por cuenta de la cadena televisiva. Eso sí, indispensable por razones de imagen un escote generoso y una falda que permita a los telespectadores alegrar la vista. Es un principio estético del programa. Dudas un momento, pero recuerdas tu único billete y aceptas. Va a ser tu primera experiencia en un plató de TV. “Alguien muy especial desea encontrarse contigo”, dice la voz al otro lado del móvil. Piensas en Irina; la compañera con la que compartiste habitación y ausencias, y esa náusea crónica que os crecía en el estómago cuando, terminado el “trabajo”, cerrabais la puerta del pequeño cuarto y os quedabais solas. Quieres saber, pero la voz, escueta, corta la llamada con el título del programa: “Un amigo te espera”.

Ha llegado el día. Los nervios te aceleran el pulso mientras la chica que se encarga del peinado mueve el secador y el cepillo. Luego extiende el maquillaje por tu cara, pinta exageradamente tus ojos, y con el lápiz de labios desborda las líneas trazadas por la naturaleza. No te gusta y se lo dices. Te explica que hay que destacar el dibujo de los rasgos; los focos roban los colores. Te miras en el espejo y no te reconoces.
Una ovación larga acompañada de silbidos insolentes acoge tu entrada en escena. Tomas asiento en el centro de un sofá blanco que destaca sobre el azulón brillante del decorado. Con tu vestido rojo y tu escote. Insinuándote sin pretenderlo desde la atrevida careta del maquillaje.
“Hoy abrimos la temporada y el programa con una invitada de lujo; no hay más que verla”. Silbidos y aplausos. “Se llama Martina Nóvikov.  Bienvenida a “Un amigo te espera”. Das las gracias. Te llueven preguntas a las que respondes aturdida, al tiempo que buscas la elasticidad inexistente de tu vestido rojo que con impertinencia asciende hasta límites no deseados. “A ver si adivinas quién espera detrás del biombo para darte un abrazo”.
—Bueno… yo digo lo que es mi deseo. Me gustará que sea Irina.
Él irrumpe en el plató como el guerrero en el campo de batalla. No puedes evitar un mazazo en la sangre, ni unos brazos ásperos que te arrancan del asiento y rodean tu cuerpo, hasta fundirte en aquel olor ácido a alcohol y a sexo que no has logrado olvidar.
—Estás impresionante, Martina. Seguro que te acuerdas de los viejos tiempos… 
Una arcada de ansiedad asciende desde el estómago a tu garganta. Habla y habla. “La conocí en San Petersburgo. Le ofrecí trabajo y se vino conmigo, ¿verdad Martina?”
Sientes vergüenza y quieres taparte los oídos, pero las manos te pesan tanto como los recuerdos. “Trabajamos juntos en un bar de copas que yo tenía por aquel entonces...”
El miserable que sonríe a tu lado, con la promesa de un empleo te quemó la primera juventud. Mil días y mil noches de sexo sin rostro al que sobrevivías con los ojos y los dientes apretados.
Sientes el sudor de su mano, viscosa como la piel de un sapo, que va y viene desde tu rodilla al borde del vestido rojo.
—Te has quedado sin palabras, Martina —te dice el conductor del programa sonriendo con aplomo, mientras tus ojos dejan escapar hilos de rabia que se descuelgan por tu cara.
Una vez más has caído en las redes de tu viejo carcelero. Ahora lo entiendes todo. La invitación, el dinero, el atuendo, el maquillaje, no eran más que una trampa siniestra para golpear tu dignidad.
                                                              

 Consolación González Rico 

domingo, 4 de octubre de 2015

BALADA DE OTOÑO



Hay días de silencio,
de pájaros sin trinos y sin vuelos.
De nubes oscuras
que atraviesan estériles
los campos abrasados por la sed.

Días en que se disfraza la esperanza
con crespones negros,
y la risa se hiela en el espejo.
Días sin labios y sin piel,
sin flores blancas en el jarrón que espera,
en la mesa de roble,
la llegada de ese tren que pasó…

Días sin luz, sin música, sin tiempo,
sin notas de piano
en las cuerdas del alma.
Días que amontonan sus horas
en el hueco del pecho
y cuesta respirar.

Consolación González Rico

viernes, 4 de septiembre de 2015

HAZME UN HUECO EN TU SUEÑO



                   Búscame cuando el alba
            preludie el nuevo día.
            Llama a mi puerta
            con tu voz de seda,
            desata el nudo de mis soledades,
            borra las nubes negras
            que sobrevuelan,
            en esta noche oscura,
            los campos yermos
            donde brotó la primavera.

            Espérame en el pliegue
            de tus labios,
            en el suave fluir
            de tu reloj de arena.
            Junto al brocal del pozo
            del recuerdo,
            en el cristal del agua
            donde se miran
            las últimas estrellas.

            Encuéntrame
            en el nudo de tus brazos,
            hazme un hueco en tu sueño,
            mientras el sol recorra
            el arco de la tierra.
  

                     Consolación González Rico

domingo, 2 de agosto de 2015

TU MEMORIA DE ÁRBOL


              Bajo un sol cenital
          se escapaban mis pasos  
          de una cabeza
          preñada de nostalgias.

          Has salido a mi encuentro
          con tu canción de árbol:
          trinos de pájaros,
          cantares de cigarra,
          y en tu corteza
          rugosas cicatrices
          que hablan de amores viejos,
          de besos que un día fueron
          latidos de la piel,
          hojas de eternidad,
          verdores de esperanza.

          He leído los nombres
          de los enamorados
          que hirieron tu armadura,
          para sellar con savia
          promesas y alianzas.

          Y he querido saber
          si volvieron a verte,
          si cumplieron el pacto,
          si sentiste una mano
          repasar con tristeza
          las palabras talladas.

          Has guardado silencio…
          ¡Tu memoria de árbol
          ya no recuerda nada!

                 Consolación González Rico


miércoles, 15 de julio de 2015

UNA TORTUGA EN LA ACERA


   
     Vivimos en el mismo barrio y nunca nos habíamos cruzado. Mientras yo corría a buscar la sombra, ella, muy próxima a la calzada, inmutable y al parecer complacida, disfrutaba de esos rayos ardientes que se vierten en Toledo ya de mañana, capaces de prender las piedras.
     Unos ojos vigilaban desde lejos; enseguida he comprendido que pertenecían a su dueño y que ella era su mascota.
     Mi afición ya conocida por los animales me ha llevado a interpelar al buen señor.
     —¡Es preciosa! Y enorme—he dicho sin dejar de mirarla.
     —Pues sólo tiene seis años… ¡Anda que no le falta todavía por crecer!
     Yo seguía observando su rara y estática belleza, a la vez que me preguntaba cómo es que su amo la dejaba sola junto al precipicio de la acera, límite peligroso del vértigo colorista de chapa y goma que iba y venía entre rugidos y humo, contraste ostensible con la quietud pétrea de la tortuga.
     —Está muy cerca de la carretera… Y usted muy tranquilo… —me he atrevido a decir.
     —No baja nunca—ha puntualizado él—. A lo más, cuando entra en calor, le gusta dar unos cuantos paseos… Eso sí, siempre por la acera.
     Pueril observación la mía. Era fácil adivinar que ante el más mínimo movimiento erróneo, al hombre no le costaría disuadir en dos patadas las intenciones del animal.
     —¿Puedo hacerle una foto?—he preguntado.
     Y él, muy ufano del posado de su mascota, ha asentido gustoso.
     —Haga usted las que quiera… ¡faltaría más!

     Muy cerca ya, mientras encuadraba la fotografía, me ha parecido grotesca e incongruente la imagen de la tortuga que tomaba el sol en la acera. Desposeída de su hábitat. Contra el mandato de sus genes. Aunque algo en su mirada, una especie de aceptación sumisa, me estaba diciendo que nunca conoció la libertad.

                                        Consolación González Rico

   

martes, 7 de julio de 2015

MIEDO


             A veces tengo miedo
            de esta fosa abisal
            que aparta nuestro tiempo,
            de esperarte por siempre
            entre flores marchitas,
            de entregarte mis pasos
            por los inviernos fríos
            de los años de ausencia.

            Miedo a que tus palabras
            no rompan los barrotes
            de las letras
            para hacerse miradas,
            labios, caricias,
            sangre y latido juntos,
            manantial transparente
            sobre mi piel sedienta.

            Y regreso al silencio,
            encierro las preguntas
            que me asaltan de noche,
            encarcelo mis manos,
            y me quedo parada
            en el mismo camino,
            que temo y reconozco,
            de soledades viejas.

                 Consolación González Rico


jueves, 4 de junio de 2015

EL ESPEJO




            Te has mirado al espejo
            de los días oscuros
            y has visto campos yermos
            sin pájaros ni flores,
            ríos de barro
            arrasando riberas,
            cuchillos afilados
            que cortaban voraces
            el curso de los sueños.

            Cierras los ojos
            huyendo de tu imagen,
            y dos lágrimas frías
            vienen a recordarte
            que aunque la luz estalle,
            las golondrinas sigan
            dibujando espirales
            en el azul del cielo,
            y en tu jardín las rosas
            ofrezcan su dulzor
            a las abejas,
            ¡otra vez es invierno!


            Consolación González Rico

jueves, 7 de mayo de 2015

RENACER




          Cerrar el círculo,
          renacer al final,
          limpiar las hojas muertas
          del árbol de la vida,
          abrir bien las ventanas
          para que vuelen alto
          las palomas cautivas.
          Arrancar para siempre
          las hojas malgastadas
          de tantos calendarios
          sin días ni esperanza.

          Cambiar inviernos blancos
          por verdes primaveras,
          pozos oscuros
          por mares luminosos
          de azules infinitos;
          cárceles de añoranzas
          por barcos sin anclajes;
          arenas de silencio
          por sinfonías deseadas
          de notas clandestinas
          que te ericen la piel.

          Cerrar el círculo,
          reanudar el camino,
          y al final… ¡renacer! 

          Consolación González Rico

sábado, 11 de abril de 2015

ESTA NOCHE


                Si esta noche no buscas
                el calor de mi boca,
                perderán las palabras
                el brillo deslumbrante
                que encendió nuestra piel,
                y el fuego que prendieron,
                se apagará de súbito
                entre escarchas y nieve.
                Pavesas de ceniza,
                vestirán nuestros cuerpos,
                hábitos de negrura,
                que ocultarán por siempre
                los antiguos volcanes.

                Si esta noche no busco
                el nudo de tus brazos,
                morirán ilusiones
                en la sala de espera
                de los huecos del alma.
                Se secarán los sueños
                sembrados en macetas,
                heridos por la sed.
                Se borrarán las huellas
                de tu abrazo fulgente, 
                yedra de mi cintura.

                Si no nos encontramos,
                nosotros, esta noche,
                se extinguirán los días 
                de besos y de rosas,
                crecerán los inviernos
                en estepas heladas, 
                y en las praderas yermas,
                ya no habrá primaveras.

                © Consolación González Rico

miércoles, 8 de abril de 2015

GOLONDRINA EN MÚNICH


Tu avión aterrizó a las cuatro de la tarde en el aeropuerto de Múnich. Gracias al curso intensivo de alemán, y a las horas de Internet delante de Google Maps, te las has arreglado, no sin apuros, para llegar al número 72 de Aidenbachstraße.
Te duele la espalda de arrastrar el equipaje, y el más leve sonido estalla en tu cabeza: el timbre exterior, la voz que te invita a subir, el roce de tus pasos en el portal, el ruido del ascensor.
Te presentas con tu mejor dicción a la mujer de mediana edad que te abre la puerta: Hallo, ich heiße Irene. Ella sonríe, te aprieta la mano y te dice que se llama Constanze. Habla deprisa, nada que ver con Corina, la chica con la que quedabas el pasado verano en la cafetería de la Biblioteca del Alcázar para practicar el idioma.

Después de la salchicha con tomate y el bote de cerveza que te ha puesto para cenar, te refugias en tu cuarto. No puedes dormir. En tu cabeza bailan cadenas de palabras de sonidos guturales; reclamos publicitarios, avenidas interminables, autobuses, prisas de gente que, en contra de lo que a ti te sucede,  sí sabe cuál es su destino.

¿Qué importa el sueño esta noche? Estás en Alemania. A punto de estrenar un trabajo para el que te has preparado. Lo has conseguido. Como casi todo lo que te propones; eso dice tu padre. El primer desafío fue el piano. Diez años compatibilizando la música con las tareas de la escuela y del instituto. No lo decidiste tú, pero lo asumiste con igual responsabilidad y disciplina. Echas de menos el piano esta noche, no vayas a negarlo. Tus dedos se deslizarían con gusto por el Claro de Luna de Beethoven. Eras buena con el piano, por eso fue una sorpresa para todos cuando decidiste matricularte en Ingeniería Química. A tus dieciocho años, te uniste a ese tercio de chicas valientes que, desafiando estadísticas y consejos sesgados, irrumpen con ilusión y convicción en las aulas de las carreras de ciencias. Y a los veintidós, con un título flamante obtenido con brillantez, al que añadiste un máster en Industria Farmacéutica, comenzó tu periplo: cartas, currículos, entrevistas, veranos en Inglaterra, trabajos puntuales como azafata de congresos en el Beatriz, buzoneo, ventas a domicilio, camarera los fines de semana, cuidadora de niños, con apoyo escolar y doméstico incluidos…

Fue una suerte que tu amiga Patricia te hablase de aquella página de Internet. Entraste sin dudarlo. Te entrevistaron por webcam. Te pidieron tu curriculum traducido. Hasta una presentación personal, también en alemán, que recogiese lo que a tu juicio podías ofrecer a la empresa.
Tienes que dormir. Mañana será tu primer día. Sientes temor, respeto, orgullo, ilusión. Piensas que el vuelo hasta aquí ha sido largo; como el que hacen las golondrinas cuando emigran. Ellas buscan mejorar su hábitat; tú también. No emigran para quedarse; tú tampoco.
Y antes del que el sueño te venza, sonríes en la oscuridad y te dejas acariciar por la idea salvadora del retorno.

            Consolación González Rico

miércoles, 18 de febrero de 2015

TEMPRANO MADRUGÓ LA MADRUGADA...


Presentación del Club de lectura de Sonseca
(Asociación de Amigos de Antonio Cerrillo)

Te fuiste un día de enero. La nieve había tapizado las calles de blanco, como si quisiera vestir tu partida. Hasta el agua de la fuente dejó de correr, y se convirtió en cristal paralizado y mudo. Y ese día, que de tan blanco hería la retina, tras desafiar el hielo que cubría calles y aceras, logré llegar hasta la iglesia para darte mi adiós.

¿Recuerdas, Antonio? Fuimos compañeros de trabajo, en aquel tiempo en que la fe en el cambio nos encendía la ilusión. Años de brega y de esperanza, en los que creíamos que los modelos educativos habían de adaptarse a los tiempos y a las personas, desarrollarse, democratizarse, llegar a todos, para propiciar desde la educación una verdadera transformación de la sociedad.

Nunca olvidaré el día de mi llegada al equipo que formaríamos en la Unidad de Programas Educativos. Lo primero que me sorprendió fue esa mirada tuya que rebosaba ilusión y fe. Tus ojos, redondos y vivaces, parecían traspasar el teléfono, como si quisiesen mirar a distancia a tu interlocutor, transmitirle la fe que tú sentías. Y siempre terminabas prometiendo que harías lo posible, aunque la llave del grifo no estaba en tu mano, como solías decir tantas veces, para que los chicos y las chicas pudiesen disfrutar de unas instalaciones deportivas dignas donde desarrollar su cuerpo y su mente.

        Trabajador, honesto, convencido de tu tarea, comprometido con un proyecto social en el que creías, y al que entregaste tus esfuerzos y tu vida. Un hombre, en fin, parafraseando a Machado, en el buen sentido de la palabra, bueno.

Hoy, Antonio, amigo y compañero, quiero decirte que es una satisfacción y un placer para mí participar en esta actividad literaria. Un honor dar la salida a este Club de lectura de Sonseca, promovido por la asociación que lleva tu nombre, “Amigos de Antonio Cerrillo”, a la cual me uno, y con la cual comparto objetivos y horizonte: la intención de nuclear, en torno a tu memoria, un proyecto de desarrollo cultural que, estoy segura, miras con orgullo y aplaudes, desde ese lugar al que marchaste, compañero del alma, tan temprano, y en el que las tinieblas de aquí abajo ya no pueden alcanzarte.

Consolación González Rico