sábado, 24 de noviembre de 2012

QUE NADIE AHOGUE TUS SUEÑOS



 
- Corre, Celia. Abre los ojos. Busca la luz. Sabes que puedes hacerlo. Abrázate a tus sueños y sal. Tienes un minuto. No los ahogues en el mar… ¡Sígueme!
- ¿Quién eres? ¿Dónde estás?
Quiso respirar, pero no tenía aire. Aquella voz que la había llamado desde el otro lado de las tinieblas se diluía en su pensamiento. Abrió los ojos unos segundos tratando de acabar con aquella confusión, pero la agitación del mar, las partículas en suspensión que arrastraba y la propia salinidad del agua, la obligaron a cerrarlos casi al mismo tiempo. Fue en ese instante cuando se hizo la luz en su cerebro. Estaba aprisionada en aquella cueva. Cercada por las rocas. Sumergida en el mar. Aire. Sus pulmones necesitaban aire. Tenía que salir. Encontrar la abertura de la cueva, lo mismo que había encontrado sus sueños. Aferrarse a ellos con fuerza y ascender a la superficie. Se ahogaba. Unos segundos, y el agua cerraría su respiración para siempre. No debía moverse apenas, para no consumir el oxígeno que pudiera quedarle dentro. Abrió los ojos de nuevo, y giró sobre sí misma en un gesto de reconocimiento intentando encontrar la salida. Allí estaba, cegada por los remolinos que formaban las olas. Adelantó los brazos en esa dirección, buscó la horizontalidad del cuerpo y los miembros, y movió los pies con la rapidez que sus escasas fuerzas le permitían.
Los pulmones y las sienes le estallaban cuando su cabeza emergió a la superficie. Mientras devoraba bocanadas de aire que sabían a sal, una voz, la suya propia, rescatada por el pensamiento, repetía sin descanso: “Mis sueños… No quiero que se ahoguen mis sueños…”
Consolación González Rico
 De mi novela La voz del mar. Editorial Ledoria 2011
 

martes, 20 de noviembre de 2012

NO A LA VIOLENCIA CONTRA LA MUJER




Los primeros signos



En la medida en que la confianza y la seguridad de la posesión fueron ganando terreno, el día a día le enseñó a Celia que aquel postulado de la atracción entre los polos opuestos, en el que siempre se apoyaba Jaime para justificar la solidez del sentimiento que los unía, sólo era aplicable a los imanes; no a las relaciones de pareja.
Por desgracia, la constatación de este hecho se produjo demasiado pronto. Llevaban tan sólo seis días casados, y el motivo coadyuvante que le permitió descubrir las terribles aristas del carácter de su marido fue un pintor ambulante que vendía su arte en la Plaza de San Marcos de Venecia, entre la humedad provocada por las olas más atrevidas, y los cientos de palomas que revoloteaban alrededor del caballete, de la paleta, de sus cabezas y de sus pies.
- Haga el mejor retrato de su vida, que la modelo lo merece –dijo su marido con orgullo al artista.
Celia se sentó en un taburete y, siguiendo las indicaciones del pintor, lo miró unos instantes de frente, con la cabeza ligeramente levantada.
- Molto bella, si siñore, la sua esposa. Ojos bellissimos. Domenico Io hace con grande piacere.
- ¿Qué hace con grande piacere este payaso? Deja de mirarlo y vámonos.
- Por favor, Jaime, ya ha empezado su trabajo. No me parece bien dejarlo plantado ahora.
- Soy yo quien tiene que decir lo que está bien y lo que está mal.
- ¿Qué te pasa? No sé de qué me hablas.
- Lo sabes de sobra; no disimules.
Y dicho esto, tiró de ella bruscamente y, a grandes zancadas, se alejaron de la plaza con dirección al hotel, mientras el artista no dejaba de lanzar improperios contra los españoles y su temperamento.
Ella necesitaba una explicación y él se la dio.
- Tú eres mi mujer; y mi mujer no mira a nadie más que a mí. No me gustan los ojitos que le has puesto a ese mamarracho del blusón.
- Te estás equivocando. Recuerda que has sido tú quien quería el retrato. Lo único que he hecho es seguir sus instrucciones para facilitarle el comienzo del trabajo.
- No trates de jugar conmigo, que todavía no me conoces.
Aquellas palabras, pronunciadas en tono desafiante apenas una semana después de su boda, derrumbaron las ilusiones de Celia, que quedaron sepultadas en Venecia entre las viejas casas carcomidas por el agua y el rumor de los remos de una góndola cualquiera, que esa noche recibió la amargura de sus lágrimas.
Al día siguiente, muy temprano, oyó cómo Jaime salía de la habitación con sigilo. Volvió dos horas más tarde, y cuando bajaron al comedor puso una cajita en su plato envuelta en papel tela granate, atada con un cordón dorado, y con dos palabras escritas en la parte superior: Ti amo.
Los ojos de Celia lo miraron con infinita tristeza.
- No quiero verte así. Ábrelo y dime si te gusta.
Era un pequeño joyero que guardaba unos pendientes y un colgante de oro blanco y esmeraldas. Con el tiempo, Celia se daría cuenta de que ésa era la única manera que conocía su marido de pedir perdón. 

Consolación Gonzále Rico

(Texto de mi novela La voz del mar. Editorial LEDORIA)

sábado, 10 de noviembre de 2012

EL PUNTO FINAL DE UNA NOVELA


    Después de dieciocho largos meses, otros tantos interrogatorios, y mil vueltas a la cabeza intentando que las piezas encajaran, ya puedo respirar tranquila. No sé muy bien si he abandonado a los personajes, o si son ellos los que se han cansado de mí. Lo cierto es que desde hace una semana no me dirigen la palabra; ni me asaltan con frases al dictado mientras frío un huevo, acciono el secador de pelo o intento conciliar el sueño. ¿Liberación o vacío? Yo diría que ambas sensaciones se alternan a partes iguales cada vez que llega el momento de poner el punto final a una novela.

     Y es que son tantos días caminando de la mano, procurando entender sus reacciones, hablando con ellos y por ellos, que los lazos se estrechan hasta convertirte en alguien de la familia. Esa familia que tú has creado. Con la que lloras y te ríes. Por la que tu mundo imaginario se apodera de tu mundo real. 
    Escribir y leer, me atrevería a decir que nos permite apropiarnos de otras vidas; vivirlas en primera persona, sobredimensionar nuestro mundo interior.

     Unos días de descanso, y comenzaré a volcar sobre el ordenador otras historias, lo suficientemente motivadoras para mí, que justifiquen dieciocho meses de absoluta entrega.