domingo, 18 de diciembre de 2016

Si encarcelas tu risa...

Si aceptas los barrotes
que mudan libertad por acomodo,
si dejas que se instalen en tu casa
las certezas de la monotonía,
si niegas las alas que la vida te ofrece
y renuncias a los cielos azules
por la rutina de lo cotidiano.

Si encarcelas tu risa, tus palabras,
tu piel, tu pensamiento, tu ser y tu sentir,
no te extrañes si un día,
al mirarte al espejo,
el cristal te devuelve
unos rasgos distantes,
una mirada ausente,
apagada y ajena,
sin brillos que recuerden
aquellos ojos que lo esperaban todo,
ardientes, vivos, tuyos,
en los que alguna vez
relumbraron los sueños.

Consolación González Rico


sábado, 10 de diciembre de 2016

NUBE DE LIBERTAD


Bebernos las miradas,
atravesarnos las yemas de los dedos
desde las huellas dactilares hasta el alma.
Derretir nuestras voces en los labios,
calcinar la maleta de los besos.
Reír juntos, como dos esquimales,
en el iglú que abriga el largo invierno.
Arroparnos con pieles
hasta fundir el hielo pegado al corazón.
Volar juntos en la burbuja del reencuentro:
aurora boreal, regalo de la vida,
nube de libertad, sin cadenas ni tiempo.

Consolación González Rico

viernes, 25 de noviembre de 2016

25-N: QUIERO VERTE SONREÍR.


     Esta noche te han despertado otra vez las voces. Sientes frío. Y miedo. Aprietas fuerte a tu oso de peluche y le preguntas si él también está asustado. Te responde que sí, que lo metas contigo debajo de las mantas y le tapes bien las orejas, que a él también le asustan los gritos. 

A tus seis años, no eres capaz de entender por qué tu papá le grita a tu mamá de esa manera. Tú la quieres mucho. Cuando te abraza y te llena de besos, su cuerpo y sus labios son tan suaves como el oso que ahora cobijas. Y su voz es capaz de calmarte al compás de esa canción que siempre te canta al oído cuando estás triste: "Chiquitita, no hay que llorar, las estrellas brillan por ti allá en lo alto, quiero verte sonreír...” ¿Quién te ha enseñado esa canción, mamá?, le preguntaste un día, y ella te respondió que se la cantaba la abuela cuando no se podía dormir.
Y aunque ahora estás triste, tan triste como siempre que sientes las voces, aunque tienes ganas de llorar, sabes que todavía no ha sonado el portazo grande en la puerta, y que por eso tu mamá no puede venir a cantarte al oído esa canción que ya es de las dos, y que cuando te la canta, te moja la frente, los ojos, el pelo y la nariz con sus lágrimas. Pero a ti no te importa; es tan bonita, que te gusta dormirte con la voz de tu madre en el oído. 

Algunas veces, cuando entras en la cocina y ves que tu mamá tiene los ojos tristes, y le corren lágrimas por la cara, te acercas y le cantas la canción. Ella se ríe, tú te ríes y termináis cantando las dos. Qué bien mamá, esta canción es mágica, ¿a que sí? Ella te abraza y, sin soltarte, te deja en la cara tantos besos seguidos que te pierdes y no puedes contarlos todos. Y a ti te gusta contar los besos, que yo lo sé.

El golpe de la puerta al cerrarse es tan fuerte, que tu pequeño cuerpo tiembla de miedo. No pasa nada, le dices a tu oso, lo mismo que tu madre te dice a ti después de cada portazo, cuando acude corriendo a tu cama para besarte. 
Tu oso y tú volvéis a emerger de las mantas. Pronto escucharás los pasos de tu madre, su mano empujando la puerta de tu cuarto, su voz cantándote al oído...
¿Por qué no viene?, te preguntas sin comprender.
¡Mamá!  ¡Mamá! Saltas de la cama y corres descalza sin dejar de llamarla. Está sentada en la alfombra, y al verte se incorpora despacio y se pasa la mano por el pelo. Tiene una mancha roja en el labio que trata de ocultarte con su mano mientras te habla.
 —Ven. Dame un beso y coge tu mochila y tu oso. Mañana, y todos los días, la abuela, tú y yo cantaremos juntas nuestra canción.


Consolación González Rico

jueves, 22 de septiembre de 2016

SAL A LA LLUVIA


Estás viva, respiras,
tienes un corazón dentro del pecho,
sal fuera de tus muros, busca el aire,
déjate sorprender por la primera hoja
que presiente el otoño.
Mira esa golondrina,
que ya entrena su vuelo
para el lejano viaje
donde la vida espera.

¿Qué importa si los días no brillan,
si en el camino no hay huellas
de otros pasos,
si tus ojos han olvidado el verde
que alumbró primaveras?
Llueve, levanta la cabeza,
y el agua borrará de tus mejillas
esos dos surcos de lluvia salada
que arrasaron tu piel.
Prepara el equipaje:
un sueño en el bolsillo,
y en la maleta, tres gotas de esperanza.
Sal a la lluvia y sacúdete el alma,
Estás viva, respiras…
¡No necesitas más!

Consolación González Rico

TU SAVIA SIGUE VIVA…

Soneto de otoño...

Viene el otoño a llevarse tus hojas,
los pétalos ajados de tus flores,
el brillo que alumbraba los colores,
la suavidad de las últimas rosas.

Te roba la belleza, te despoja
del verdor que vistió tus ilusiones,
muere en tus ramas el último brote,  
te desnuda, te hiere, te devora.

Perderás de los pájaros los trinos,
ya no verás cruzar las golondrinas,
olvidarás el calor de los nidos…

Mas si el viento descubre tus heridas,
si te azota con heladas y frío,
espera el sol, ¡tu savia sigue viva!


Consolación González Rico

domingo, 18 de septiembre de 2016

MI GRATITUD A BIBLIOTECAS Y LECTORES



Biblioteca Municipal de Urda, 22 de noviembre de 2012

Biblioteca Municipal de Villaluenga, 13 de mayo de 2016
Tras el período vacacional, las Bibliotecas Públicas reanudan sus actividades, y dentro ellas las relacionadas con los clubes de lectura. Precisamente hoy, he recibido la primera invitación de la temporada para un nuevo encuentro. Han leído mi novela “Una mujer de la Oretana” y quieren que hablemos del libro (ya detallaré el lugar cuando concretemos día y hora).
Diré que este libro, Premio Alfonso VIII de la Diputación de Cuenca, fue publicado por EDAF en 2008, y después de ocho años sigue dándome muchísimas satisfacciones (espero que su precuela y secuela, ya terminadas, pronto vean la luz). Comencé mi andadura por los clubes en 2010. Mi primer encuentro tuvo lugar en La Biblioteca de Castilla-La Mancha, y desde entonces he visitado las Bibliotecas públicas de Burguillos de Toledo, Cobisa, La Higueruela (Albacete), Los Navalmorales, Los Navalucillos (CEPA "La Raña"), Mascaraque, Mazarambroz, Mocejón, Nambroca, Navahermosa (CEPA La Raña), Ocaña (CEPA "Gutierre de Cárdenas"), Olías del Rey, Orgaz, Polán, Sonseca, Toledo (Biblioteca Regional), Toledo (Santa María de Benquerencia), Urda, Villaluenga, Villaminaya, Villaseca de la Sagra, Los Yébenes y Yunclillos (espero no haberme olvidado de ninguna). Teniendo en cuenta que en algunas de ellas he presentado mis cuatro novelas: “Esclavos de un motivo”, “Entre la arena y el cielo”, “La voz del mar” y la anteriormente citada, se cuentan por decenas mis viajes a las bibliotecas, y por cientos los kilómetros recorridos con mis historias y mis personajes. Ello me ha permitido conocer a fondo estos focos de cultura que se crean en torno a un libro, que fomentan la reflexión, favorecen el intercambio de ideas y opiniones, desarrollan el gusto por la palabra escrita, la imaginación, la capacidad para vivir mil vidas, tantas como personajes quepan en las páginas de los libros leídos. Como autora, quiero expresar mi gratitud a las bibliotecas y a sus responsables por promover estas actividades literarias, por invitarme a formar parte de las mismas. Y cómo no, a las lectoras y lectores que en ellas participan. Estos intercambios han supuesto para mí una compensación, absolutamente necesaria, frente a las innumerables horas volcada en la soledad del teclado. Cada encuentro enriquece, cada lector siente contigo, revive la historia que has creado, pero también, RECREA EL LIBRO QUE HAS ESCRITO.

Consolación González Rico

viernes, 1 de julio de 2016

Y SOMOS CORAZÓN...


Nos sorprende la vida una mañana
abriéndonos la puerta
de aquel camino viejo,
el mismo que una noche 
se encargó de vallar.
Y nuestros ojos vislumbran temerosos
la senda que nos llama,
las voces del pasado
que claman nuestro nombre
con cadencias de ayer.
Y olvidamos que entre sus recodos
perdimos nuestra túnica verde,
que las piedras hirieron nuestros pasos,
que los espinos rasgaron nuestra piel...
Nos adentramos entre la maleza
y somos corazón,
desnudo, sordo y ciego,
que avanza sin memoria ni cordura
en busca de aquel sueño
que nunca pudo ser.


Consolación González Rico


martes, 31 de mayo de 2016

TU MIRADA DE ÁNGEL

Naufragó la esperanza
en los brazos que envolvían
tu futuro.
Perdiste el abrigo
de las caricias que te arropaban
entre las olas.
Devoró el mar
la cuna protectora
de tu cuerpo.
Se apagó el sueño
entre bocanadas de muerte
con sabor a sal…

Crecieron hasta ti
los corazones
y las manos.
Asomó el miedo,
la orfandad incipiente
a tus ojos sin llanto.
Llamó en silencio al mundo
tu mirada de ángel;
llevaba escrito
un clamor de inocencia,
un hasta cuándo
y un por qué.


Consolación González Rico

lunes, 23 de mayo de 2016

SIN TEMER LAS ESPINAS


Si cada día al mirarte al espejo
reconoces la huella
de la ilusión perdida,
si en tus ojos relumbra ese sueño,
mil veces renacido con el alba.

Si cada noche es capaz de llevarse
el dolor de tus heridas viejas.
Si te emocionas, si ríes, si lloras,
si crees en el futuro,
si sales a la lluvia sin paraguas,
si sigues caminando descalzo,
cuando el lodo desnuda tus pies,
si amas las rosas sin temer las espinas,
es porque vives,
porque la vida habita en ti
sin miedos ni reservas…

Y cada día, al mirarte al espejo,
sientes su palpitar
en la piel y en las venas.

Consolación González rico


lunes, 2 de mayo de 2016

UNA PÁGINA EN BLANCO


Éramos espigas que maduraban
al sol de la vida,
flores nuevas,
que despertaban
a cielos deslumbrantes,
tras dejar el cobijo
infantil de la inocencia.

Los sueños eran nuestros,
en aquel tiempo
de cuadernos con hojas de promesas,
de páginas en blanco,
de colores brillantes
para pintar los días
de hermosas primaveras.

Éramos casi niños,
y en nuestros ojos
palpitaba el asombro del presente,
las emociones recién descubiertas,
y ese sueño hoy truncado, nunca escrito,
que agonizó en silencio, lentamente,
en la hoja gastada y amarilla
de una vieja libreta.


Consolación González Rico


sábado, 23 de abril de 2016

DÍA DEL LIBRO


   

Fue la Asociación de Vecinos "El Tajo", en el barrio de Santa María de Benquerencia de Toledo, quien hizo la llamada. El motivo, la celebración del Día del Libro en la Biblioteca Pública. El tema, "Amores literarios". 
Y entre las lecturas de textos de Platón, Cervantes, Shakespeare, Salinas, Neruda, Goethe o Rosalía de Castro, por citar ilustres ejemplos de cuantos allí se dieron cita, tuve la suerte de dar voz a Crisanta, protagonista de mi novela "Una mujer de la Oretana", quien relataba de este modo su noche de bodas, allá por el año de 1886:


         “Mira que me habían contado embustes sobre las cosas que me iban a pasar por la noche, cuando me quedara sola con Cayetano. Y claro, con diecisiete años, me lo creí todo a pie juntillas, qué remedio. La retahíla de consejos de mi tía Alberta, que tampoco me faltaron en ocasión tan señalada; la cara de mi madre, que estaba delante con la lengua muda, sin atreverse a mirarme de frente, como si se avecinara una desgracia, y los cuchicheos al oído de las mozas casaderas en el banquete me llevaron a creer que el momento en que un hombre te convertía en su mujer era un mal trago que había que apurar sin respirar siquiera, como el aceite de ricino en las indigestiones o la quinina cuando tenías el paludismo. Lo mismo que otros tragos amargos en la vida. ¿No tenían las mujeres que sufrir lo suyo para parir un hijo? Pues aquello, aunque doliera, seguro que no tenía ni punto de comparación. Y como los malos tragos había que pasarlos pronto, yo me aplicaba con empeño, delante del lavabo, en desbaratar aquellas trenzas que nunca se acababan. La luz del quinqué detrás de mi cabeza, Cayetano detrás de la luz del quinqué, y a lo último las sombras, que danzaban en el espejo al compás de su brazo, como si me hicieran burla por mi azoramiento. Me cogió por la cintura y yo sentí un escalofrío. Después me llevó hasta la cama y puso el quinqué en la mesilla. Se sentó sobre la colcha blanca de flecos, me hizo un hueco entre sus piernas, me apartó el pelo, y empezó a desabrocharme los botones del vestido despacio, con mucha finura, como si tuviera toda la noche para hacerlo. Cuando sus dedos me rozaban la espalda, me entraba un calor por todo el cuerpo y me subía un sonrojo por la cara, igualito que si me estuviera acercando las ascuas de la lumbre. El vestido cayó al suelo, y sus manos se enredaron entre las cintas de seda y las puntillas, cada vez más cerca de la piel. El corsé, y el justillo, y el resto de la ropa se amontonaron sobre la alfombra. Entonces sí que sus manos me palparon entera.
—Apaga el quinqué, Cayetano.
—Ya eres mi mujer. Quiero ver tu cuerpo.
—Me da mucha vergüenza que me veas casi en cueros —le decía yo cubriéndome el vientre con las manos.
—Acuérdate de lo que ha dicho el cura. Desde que nos echó las bendiciones es como si los dos fuéramos uno solo.
Me llamaron la atención las centellas que salían de sus ojos y sentí que se avecinaba la tormenta.
—Tengo frío.
Abrió la cama y me alzó en sus brazos. Me metió dentro con el mismo tiento que si estuviera colocando a la Virgen en las andas. La calma duró un instante. Cuando quise darme cuenta, su cuerpo se pegaba al mío y me tentaba por el pecho, por las piernas, por el vientre y su boca subía y bajaba por los cerros y los surcos de mi piel…. Sus manos de artista parecía que me moldeaban a la medida de sus deseos, y yo cerré los ojos y le dejé hacer. No me daba vergüenza, ni tampoco miedo. Quizá fuera porque estábamos a oscuras, o porque sabía que era mi obligación cumplir con mi marido como Dios mandaba. Aquello, por buscar una comparanza, era lo mismo que se hacía con la tierra antes de la sementera; había que calar hondo con la reja del arado para hacer sitio a la semilla. Así era la naturaleza. Si la tierra no se quejaba, no iba a quejarme yo. Después llovió sobre mi cuerpo, entre suspiros de gozo y resuellos, y me arrebujé contra mi marido, pero volvió a llover, porque las nubes  estaban chocando dentro de los dos, como en las tormentas de verano. Fue mil veces más hermoso de lo que me había forjado en la imaginación. Aquella noche supe que mi marido no sólo tenía las manos de gloria cuando trabajaba la piedra”.

  Consolación González Rico

(De mi novela “Una mujer de la Oretana”, Premio Alfonso VIII de la Diputación de Cuenca)

domingo, 17 de abril de 2016

UN LATIDO...


Un poema tal vez sea un latido,
un grito que se escapa del alma,
la huella de un instante,
la imagen de una emoción.

Consolación González Rico


jueves, 31 de marzo de 2016

UNA TARDE CUALQUIERA



Cae la ausencia
como lluvia silente,
sus gotas se desprenden
muy despacio,
sin apenas sentirse en la piel.
Diluye lentamente
el color de los sueños,
las huellas de los besos,
el sabor a uvas negras
de sus ojos de ayer…

Detrás de la ventana,
los cristales te ofrecen
los grises de la tarde,
la hierba se oscurece,
y se apagan de pronto
las flores amarillas.
Miras al cielo en sombras,
y sientes en el pecho
que estalla la tormenta,
y las nubes acuden a tu rostro,
y tus manos, vacías de sus manos,
se convierten 
en diques de tus lágrimas.

Consolación González Rico