jueves, 27 de junio de 2013

SOLITARIO SIEMPRE




Tomas realizadas con el móvil en Peñíscola (junio de 2013)

Mar,
que vas y vienes
hasta mis orillas,
que me envuelves,
me arrastras,
me seduces,
me arrancas de raíz
y te retiras
esquivo.
Siempre solitario
hacia tus abismos...

Consolación González Rico 

miércoles, 26 de junio de 2013

DONDE EL DOLOR SE CALMA


Su ausencia asciende
hasta tus ojos
mil veces cada día.
Llega sin avisar
y sin llamarla,
se instala
en el fondo
de las cuencas,
y clava sus agujas
buscando
los manantiales
de las lágrimas.

Cierras los párpados
con fuerza,
intentas resistirte,
no quieres
que ningún espejo
refleje lluvias
delatoras
rodando por tu cara.

Y la mano de hierro,
amiga vieja,
cada vez con más fuerza
se ciñe a tu garganta.

Es áspera, salobre,
persistente y amarga;
un nudo de pesar
que estrangula el aliento,
que nunca se deshace
ni se sacia.

El dolor crece,
rompe las llaves
de las fuentes,
y el agua estalla en surcos
que te queman la piel
y te secan el alma.

Al fin, cuando oscurece,
frente al cuadro
de estrellas
que la noche dibuja
en tu ventana,
durante un tiempo breve,
bien lo sabes,
habitarás espacios
donde el dolor se calma.
               Consolación González Rico

miércoles, 12 de junio de 2013

POR LOS CAMINOS DEL RECUERDO

Me gusta volver a mis orígenes. Cada vez que visito mi pueblo, disfruto perdiéndome entre sus caminos, borrados por los pinceles del tiempo. Según las veleidades de su clima extremo, mis pasos hacen crujir las grietas provocadas por las persistentes sequías, o se hunden en los charcos que reflejan cielos grises, o, como en esta larga primavera, son acogidos blandamente por flores salvajes que invaden la senda junto al río.




                        

      La humilde belleza de mi pueblo desata recuerdos viejos, que saltan en mi cabeza como lo hacen las ranas a mi paso cuando bordeo el arroyo.
Sacudida por la nostalgia, evoco el tiovivo polvoriento de las eras de mi niñez, ahora cubiertas de flores, hundidas en su quietud, lo mismo que aquellos campesinos que consumieron sus veranos entre polvo, sudor y paja; triturando espigas y aventando granos, en su particular epopeya para asegurarse el pan.  
Oigo la voz amada de mi padre, que brota de la piedra bajo la que se esconde su silencio temprano, sobrevuela la tapia blanca, y llega hasta mi oído con una rama de olivo en los ecos del aire, como si quisiera apaciguar mis guerras interiores…
Y contemplo conmovida el puente de piedra, dinosaurio viejo, que después del  aguacero en los otoños infantiles nos ofrecía el peligroso encanto de sus aguas torrenciales, y nos invitaba a cruzar a la otra orilla con el corazón encogido; como  pajarillos asustados que se lanzaran por primera vez al temerario vuelo.



         Camino y pienso. Flores, espinos y recuerdos. Hasta me atrevo a tejer algún poema.

Es entonces cuando las emociones me resbalan por la cara y riegan las flores azules del suelo, mientras un espino de la ribera intenta abrazar mi tristeza.


ESPINO SOLITARIO

Las lluvias
han borrado el camino,
lo mismo que el tiempo
borró los pasos
de quienes vagaron
por él.

Mis pies tropiezan
entre flores azules,
y un espino se prende
de mi camiseta.

Me cuesta liberarme
de su abrazo,
y  me pregunto,                                   
mientras intento huir
de su hiriente caricia,
si no será su modo
de dar la bienvenida
a quien se acerca a su esplendor
agreste,
después de tantos días
de solitaria espera. 

               Consolación González Rico