viernes, 17 de enero de 2014

PERSECUCIÓN EN POITIERS


Iban los cuatro camino de París y se detuvieron en Poitiers. Aparcaron el R19, color tungsteno, muy cerca de una pequeña plaza donde lucía en su centro una estatua de Víctor Hugo. Ése fue el único detalle que ella, aficionada a los escritores franceses del XIX, guardó instintivamente en su cabeza.
Luego, de la mano de sus dos retoños, deambularon por la ciudad durante horas, sin acordarse del coche ni de Víctor Hugo.

Las sombras de la tarde comenzaron a borrar la orientación y las calles, los niños se hallaban al borde del agotamiento, y urgía retornar al coche tungsteno, abandonado junto al monumento del escritor.
Ella, que presumía de un francés más que aceptable, abordó a unos cuantos transeúntes intentando localizar la plaza donde aguardaban su regreso el escritor y el coche. ¡Nada!
—¡La Gendarmería! —gritó de pronto como si viera el cielo abierto.
Entraron. Unas breves explicaciones bastaron para que los gendarmes ubicaran rápidamente las coordenadas de su interés. No estaba cerca. Indicaron a la mujer que los siguiera, descendieron al parking y la sentaron en un coche patrulla.

Lo que sucedió después, bien podría ser una escena cinematográfica extraída de una comedia americana:
A velocidad de vértigo, los defensores del orden se lanzaron por las calles de la ciudad, mientras ella, en la parte trasera del vehículo, apenas era capaz de sujetar el cuerpo ante las sacudidas de las curvas.

Pero lo peor estaba por llegar. A mitad de camino, la pareja hubo de ocuparse de una detención. Frenazo, gritos, carreras y esposas.
Y así, compartiendo espacio con el detenido, como una vulgar delincuente, llegó la mujer a su estatua y a su coche.
—¡Síganos!—le ordenó el más alto sin más explicaciones.
Con el corazón encogido, voló ella al volante del R19 por las calles de Poitiers hasta la Gendarmería.

Allí estaban los tres. Esperándola.
—¿Por qué has tardado tanto, mamá? —le preguntó la pequeña con cara de sueño.
—¡Vámonos de aquí! Fuera os lo explico —respondió ella con cara de pocos amigos, al tiempo que se despedía de los gendarmes con un gesto leve de su mano derecha y un escueto merci beaucoup.

Desde entonces no he vuelto a Poitiers, aunque tengo la intención de hacerlo. No en vano, allí viví una de las aventuras más trepidantes de mi vida.

                                                      Consolación González Rico
                                                       

sábado, 11 de enero de 2014

ABRE TUS PUERTAS




No ocultes con silencios tus rincones,
que el viento los despoje de hojas muertas,
abre ya tus ventanas y tus puertas
aunque la nieve en ellos amontones.

Mejor abrir la casa a los ladrones
de soledades y de penas ciertas,
antes de que en tu oscuridad adviertas
que no te quedan restos de ilusiones.

No tengas miedo al frío del invierno
si compartes con alguien sus rigores,
y no olvides que el tiempo no es eterno.

Llama sin miedo cuando a alguno añores,
que tu voz fundirá el hielo interno
y de la escarcha brotarán las flores.

               Consolación González Rico

miércoles, 1 de enero de 2014

EL TIEMPO NO PASA POR EL PUENTE


El Puente Romano. Primavera de 2013
Es de piedra y la piedra lo sustenta. Cuando niños, oíamos decir que el puente era obra de los romanos, pero lo que más nos atraía de este enorme saurio, era cruzarlo cuando las aguas crecidas casi lamían nuestras botas de goma, cosa que sucedía en las épocas de lluvias, ahora inexistentes.

La primera vez que nos aventurábamos a desafiar el peligro, el corazón corría más que el miedo, y volábamos al otro lado sin mirar los remolinos ruidosos, del color del chocolate, que parecían llamarnos por nuestro nombre con insistencia.
Cruzando al otro lado. Primer día del año 2014
Hoy, en mi habitual paseo por los alrededores del pueblo, he contemplado el puente de piedra desde la perspectiva del tiempo. Además de los ejércitos de niños jugando a ser mayores, han pasado por él los antiguos moradores de las casas edificadas al otro lado del arroyo; aceituneros camino de los olivares, cuando la corriente cubría las pasaderas; amantes en busca de mares de trigo, en las primaveras verdes de la vida.
Rudimentario y sólido, por él no pasa el tiempo
Bajo su sólida estructura, han discurrido los torrentes y la lluvia mansa; el trabajo secular de generaciones de mujeres que golpeaban cestos de ropa contra las piedras, de rodillas en el suelo. Se han ocultado las ranas sedientas entre el cieno; se han desecado las ovas y se ha agrietado el limo devorado por el sol.

Y hoy, primer día del año, lo he sentido atemporal bajo mis pies. Sin marcas visibles a mis ojos. Inmutable. Casi eterno. Si el tiempo es la medida del cambio, de esos giros astrales que determinan calendarios y nos marcan la piel y el alma, puedo asegurar que el tiempo no ha pasado nunca por el puente de mi infancia.  
                                       
                                               Consolación González Rico