martes, 16 de julio de 2013

FLOR DE JULIO


No quiso saber de calendarios,
cuando abrió los ojos
al abrazo seco
de la naturaleza.

Sus pétalos, ahogados entre olas
de sol y espinos,
claman a un cielo hostil,
que les niega el consuelo
de una nube
henchida de agua fresca
para calmar su sed.

Y la sedienta flor de julio,
hasta su muerte,
seguirá soñando
con tormentas generosas,
con arcoíris lejanos,
con caricias de mariposas blancas,
con abejas peregrinas,
con lunas brillantes
para bañarse
en mares de plata.
Con lluvias de estrellas
y besos de rocío.

Mientras la vida aliente
en su último pétalo,
intentará la flor
olvidar la maldición de su naufragio,
de su injusta condena
en cementerios amarillos
de primaveras calcinadas.
Consolación González Rico

martes, 9 de julio de 2013

PRIMAVERAS MUERTAS


   Unas cuantas semanas han bastado para borrar la primavera del paisaje. Las flores azules del camino son ahora pasto sediento, tímida queja de naturaleza castigada que cruje bajo mis pies.

   En el lecho del río, entre piedras, ovas y lodo, salta desafinado el canto verdinoso de alguna rana que resiste los rigores de julio a la espera de concluir su ciclo vital, siguiendo el dictado de sus genes.

   Es temprano. Las palomas han acudido en bandadas al cauce del arroyo. Aunque por poco tiempo, aún pueden hundir sus picos en algún charco de agua fresca. 



    Luego, revolotean inquietas hasta la línea negra del tendido eléctrico que divide en dos el azul del cielo. Me detengo a unos metros e intento contarlas. Imposible. Son demasiadas y no cesan de moverse. Me acerco más y levantan el vuelo precavidas; no saben que hoy mi corazón/comería de su pico.
  
  Continúo mi paseo. Ya no queda nada de la reciente y espléndida primavera; ni dentro ni fuera. No sé si el paisaje es mi espejo o si yo soy el suyo. Las amapolas rojas que en la tardía floración brotaban de las piedras, se han convertido en despojos marchitos, y esas mismas piedras son ahora su tumba. 


  Duele la primavera muerta. Sólo los cardos sobreviven en la tierra abrasada. Y anhelo ese don que algunas plantas poseen para adaptarse a la inclemencia del medio que las devora; el corazón humano no siempre es capaz de desarrollar espinas para librarse de la devastación. 




   
   Esta mañana, mis pensamientos se ahogan entre el pasto ardiente del suelo. Desearía que la naturaleza me hubiera provisto de alas para buscar primaveras en otros cielos, lo mismo que las aves migratorias.

   Como si hubiera adivinado mi deseo, el pequeño caballito de madera, dueño del parque que dormita en la ribera del arroyo, despliega sus alas invisibles y me ofrece su montura para huir por el aire a ese tiempo perdido entre las nubes; a ese lugar lejano donde habitan las flores y los sueños muertos.




   Ya de regreso a casa, no dejo de pensar en palomas volando bajo cielos azules ...


                 Contemplo el vuelo gris
de las palomas,
sus aleteos aturdidos,
capaces de alejarlas de la tierra
quemada.

Envidio el cable que sostiene
la esperanza compartida
de sus amaneceres,
       el agua fresca del arroyo
         que sacia su sed temprana.

Admiro el dibujo torpe,
siempre libre,
de sus revoloteos temerosos
bajo cielos azules,
huyendo
de una sombra 
       que imaginan hostil.

No culpo de su huida
a las palomas.
¡Cómo podrían adivinar 
que hoy mi corazón
comería de su pico!

 Consolación González Rico