martes, 20 de noviembre de 2012

NO A LA VIOLENCIA CONTRA LA MUJER




Los primeros signos



En la medida en que la confianza y la seguridad de la posesión fueron ganando terreno, el día a día le enseñó a Celia que aquel postulado de la atracción entre los polos opuestos, en el que siempre se apoyaba Jaime para justificar la solidez del sentimiento que los unía, sólo era aplicable a los imanes; no a las relaciones de pareja.
Por desgracia, la constatación de este hecho se produjo demasiado pronto. Llevaban tan sólo seis días casados, y el motivo coadyuvante que le permitió descubrir las terribles aristas del carácter de su marido fue un pintor ambulante que vendía su arte en la Plaza de San Marcos de Venecia, entre la humedad provocada por las olas más atrevidas, y los cientos de palomas que revoloteaban alrededor del caballete, de la paleta, de sus cabezas y de sus pies.
- Haga el mejor retrato de su vida, que la modelo lo merece –dijo su marido con orgullo al artista.
Celia se sentó en un taburete y, siguiendo las indicaciones del pintor, lo miró unos instantes de frente, con la cabeza ligeramente levantada.
- Molto bella, si siñore, la sua esposa. Ojos bellissimos. Domenico Io hace con grande piacere.
- ¿Qué hace con grande piacere este payaso? Deja de mirarlo y vámonos.
- Por favor, Jaime, ya ha empezado su trabajo. No me parece bien dejarlo plantado ahora.
- Soy yo quien tiene que decir lo que está bien y lo que está mal.
- ¿Qué te pasa? No sé de qué me hablas.
- Lo sabes de sobra; no disimules.
Y dicho esto, tiró de ella bruscamente y, a grandes zancadas, se alejaron de la plaza con dirección al hotel, mientras el artista no dejaba de lanzar improperios contra los españoles y su temperamento.
Ella necesitaba una explicación y él se la dio.
- Tú eres mi mujer; y mi mujer no mira a nadie más que a mí. No me gustan los ojitos que le has puesto a ese mamarracho del blusón.
- Te estás equivocando. Recuerda que has sido tú quien quería el retrato. Lo único que he hecho es seguir sus instrucciones para facilitarle el comienzo del trabajo.
- No trates de jugar conmigo, que todavía no me conoces.
Aquellas palabras, pronunciadas en tono desafiante apenas una semana después de su boda, derrumbaron las ilusiones de Celia, que quedaron sepultadas en Venecia entre las viejas casas carcomidas por el agua y el rumor de los remos de una góndola cualquiera, que esa noche recibió la amargura de sus lágrimas.
Al día siguiente, muy temprano, oyó cómo Jaime salía de la habitación con sigilo. Volvió dos horas más tarde, y cuando bajaron al comedor puso una cajita en su plato envuelta en papel tela granate, atada con un cordón dorado, y con dos palabras escritas en la parte superior: Ti amo.
Los ojos de Celia lo miraron con infinita tristeza.
- No quiero verte así. Ábrelo y dime si te gusta.
Era un pequeño joyero que guardaba unos pendientes y un colgante de oro blanco y esmeraldas. Con el tiempo, Celia se daría cuenta de que ésa era la única manera que conocía su marido de pedir perdón. 

Consolación Gonzále Rico

(Texto de mi novela La voz del mar. Editorial LEDORIA)

2 comentarios:

  1. Precioso libro. Que se acabe de una vez por todas con esa lacra, con esos que se hacen llamar "hombres" y que intentan acabar con los sueños de las mujeres y muchas veces, la mayoría lo consiguen. Un NO muy rotundo contra la violencia de género.

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  2. Un NO desde la educación en la familia; desde la escuela, desde la publicidad, desde la televisión o el cine... Y también desde los libros.

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