Mi ventana, cuando se me escapan las palabras. Nací en Torrecilla de la Jara, un pueblo que emerge y se hunde entre valles y colinas. Descubrí las letras en una escuela de paredes blancas, y aprendí a rescatar sueños encerrados en un libro sin pastas, que guardaba en sus hojas gastadas la magia de los cuentos de Grimm. Cada día me siento ante el teclado a esperar la visita de las musas rodeada de plantas y luz. Suelen visitarme a la hora del café; creo que les encanta mi pequeño rincón.
martes, 22 de diciembre de 2015
miércoles, 25 de noviembre de 2015
25-N: UN AMIGO TE ESPERA
Cincuenta
euros es todo tu capital y te ofrecen dos mil; no puedes despreciar la ocasión. El maquillaje
y el peinado corren por cuenta de la cadena televisiva. Eso sí, indispensable
por razones de imagen un escote generoso y una falda que permita a los
telespectadores alegrar la
vista. Es un principio estético del programa. Dudas un
momento, pero recuerdas tu único billete y aceptas. Va a ser tu primera
experiencia en un plató de TV. “Alguien muy especial desea encontrarse contigo”, dice la voz al otro lado del móvil.
Piensas en Irina; la compañera con la que compartiste habitación y ausencias, y
esa náusea crónica que os crecía en el estómago cuando, terminado el “trabajo”,
cerrabais la puerta del pequeño cuarto y os quedabais solas. Quieres saber,
pero la voz, escueta, corta la llamada con el título del programa: “Un amigo te espera”.
Ha llegado el
día. Los nervios te aceleran el pulso mientras la chica que se encarga del
peinado mueve el secador y el cepillo. Luego extiende el maquillaje por tu
cara, pinta exageradamente tus ojos, y con el lápiz de labios desborda las
líneas trazadas por la
naturaleza. No te gusta y se lo dices. Te explica que hay que
destacar el dibujo de los rasgos; los focos roban los colores. Te miras en el
espejo y no te reconoces.
Una ovación
larga acompañada de silbidos insolentes acoge tu entrada en escena. Tomas
asiento en el centro de un sofá blanco que destaca sobre el azulón brillante
del decorado. Con tu vestido rojo y tu escote. Insinuándote sin pretenderlo
desde la atrevida careta del maquillaje.
“Hoy abrimos
la temporada y el programa con una invitada de lujo; no hay más que verla”. Silbidos
y aplausos. “Se llama Martina
Nóvikov. Bienvenida a “Un amigo te espera”. Das las gracias. Te llueven preguntas a las que respondes aturdida, al tiempo que buscas
la elasticidad inexistente de tu vestido rojo que con impertinencia asciende
hasta límites no deseados. “A ver si adivinas quién espera detrás del biombo
para darte un abrazo”.
—Bueno… yo
digo lo que es mi deseo. Me gustará que sea Irina.
Él irrumpe en
el plató como el guerrero en el campo de batalla. No puedes evitar un mazazo en
la sangre, ni unos brazos ásperos que te arrancan del asiento y rodean tu
cuerpo, hasta fundirte en aquel olor ácido a alcohol y a sexo que no has
logrado olvidar.
—Estás impresionante, Martina. Seguro que te
acuerdas de los viejos tiempos…
Una arcada de
ansiedad asciende desde el estómago a tu garganta. Habla y habla. “La conocí en
San Petersburgo. Le ofrecí trabajo y se vino conmigo, ¿verdad Martina?”
Sientes
vergüenza y quieres taparte los
oídos, pero las manos te pesan tanto como los recuerdos. “Trabajamos juntos en un bar de copas que yo tenía por
aquel entonces...”
El miserable
que sonríe a tu lado, con la promesa de un empleo te quemó la primera juventud.
Mil días y mil noches de sexo sin rostro al que sobrevivías con los ojos y los
dientes apretados.
Sientes el
sudor de su mano, viscosa como la piel de un sapo, que va y viene desde tu
rodilla al borde del vestido rojo.
—Te has
quedado sin palabras, Martina —te dice el conductor del programa sonriendo con
aplomo, mientras tus ojos dejan escapar hilos de rabia que se descuelgan por tu
cara.
Una vez más
has caído en las redes de tu viejo carcelero. Ahora lo entiendes todo. La
invitación, el dinero, el atuendo, el maquillaje, no eran más que una trampa
siniestra para golpear tu dignidad.
Consolación González Rico
domingo, 4 de octubre de 2015
BALADA DE OTOÑO
de pájaros sin trinos y sin vuelos.
De nubes oscuras
que atraviesan estériles
los campos abrasados por la sed.
Días en que se disfraza la esperanza
con crespones negros,
y la risa se hiela en el espejo.
Días sin labios y sin piel,
sin flores blancas en el jarrón que espera,
en la mesa de roble,
la llegada de ese tren que pasó…
Días sin luz, sin música, sin tiempo,
sin notas de piano
en las cuerdas del alma.
Días que amontonan sus horas
en el hueco del pecho
y cuesta respirar.
Consolación González Rico
viernes, 4 de septiembre de 2015
HAZME UN HUECO EN TU SUEÑO
Búscame cuando el alba
preludie el nuevo día.
Llama a mi puerta
con tu voz de seda,
desata el nudo de mis soledades,
borra las nubes negras
que sobrevuelan,
en esta noche oscura,
los campos yermos
donde brotó la primavera.
Espérame en el pliegue
de tus labios,
en el suave fluir
de tu reloj de arena.
Junto al brocal del pozo
del recuerdo,
en el cristal del agua
donde se miran
las últimas estrellas.
Encuéntrame
en el nudo de tus brazos,
hazme un hueco en tu sueño,
mientras el sol recorra
el arco de la tierra.
Consolación González Rico
domingo, 2 de agosto de 2015
TU MEMORIA DE ÁRBOL
Bajo un sol cenital
se escapaban mis pasos
de una cabeza
preñada de nostalgias.
Has salido a mi encuentro
con tu canción de árbol:
trinos de pájaros,
cantares de cigarra,
y en tu corteza
rugosas cicatrices
que hablan de amores viejos,
de besos que un día fueron
latidos de la piel,
hojas de eternidad,
verdores de esperanza.
He leído los nombres
de los enamorados
que hirieron tu armadura,
para sellar con savia
promesas y alianzas.
Y he querido saber
si volvieron a verte,
si cumplieron el pacto,
si sentiste una mano
repasar con tristeza
las palabras talladas.
Has guardado silencio…
¡Tu memoria de árbol
ya no recuerda nada!
Consolación González Rico
miércoles, 15 de julio de 2015
UNA TORTUGA EN LA ACERA
Vivimos en el mismo barrio y nunca nos habíamos cruzado. Mientras yo corría a buscar la sombra, ella, muy próxima a la calzada, inmutable y al parecer complacida, disfrutaba de esos rayos ardientes que se vierten en Toledo ya de mañana, capaces de prender las piedras.
Unos ojos vigilaban desde lejos; enseguida he comprendido
que pertenecían a su dueño y que ella era su mascota.
Mi afición ya conocida por los animales me ha llevado a
interpelar al buen señor.
—¡Es preciosa! Y enorme—he dicho sin dejar de mirarla.
—Pues sólo tiene seis años… ¡Anda que no le falta todavía por
crecer!
Yo seguía observando su rara y estática belleza, a la vez que me preguntaba cómo es que su amo la dejaba sola junto al
precipicio de la acera, límite peligroso del vértigo colorista de chapa y goma que
iba y venía entre rugidos y humo, contraste ostensible con la quietud pétrea de
la tortuga.
—Está muy cerca de la carretera… Y usted muy tranquilo… —me
he atrevido a decir.
—No baja nunca—ha puntualizado él—. A lo más, cuando entra
en calor, le gusta dar unos cuantos paseos… Eso sí, siempre por la acera.
Pueril observación la mía. Era fácil adivinar que ante el más
mínimo movimiento erróneo, al hombre no le costaría disuadir en dos patadas las
intenciones del animal.
—¿Puedo hacerle una foto?—he preguntado.
Y él, muy ufano del posado de su mascota, ha asentido gustoso.
—Haga usted las que quiera… ¡faltaría más!
Muy cerca ya, mientras encuadraba la fotografía, me ha parecido
grotesca e incongruente la imagen de la tortuga que tomaba el sol en la acera.
Desposeída de su hábitat. Contra el mandato de sus genes. Aunque algo en su
mirada, una especie de aceptación sumisa, me estaba diciendo que nunca conoció
la libertad.
Consolación González Rico
martes, 7 de julio de 2015
MIEDO
A veces tengo miedo
de esta fosa abisal
que aparta nuestro tiempo,
de esperarte por siempre
entre flores marchitas,
de entregarte mis pasos
por los inviernos fríos
de los años de ausencia.
Miedo a que tus palabras
no rompan los barrotes
de las letras
para hacerse miradas,
labios, caricias,
sangre y latido juntos,
manantial transparente
sobre mi piel sedienta.
Y regreso al silencio,
encierro las preguntas
que me asaltan de noche,
encarcelo mis manos,
y me quedo parada
en el mismo camino,
que temo y reconozco,
de soledades viejas.
Consolación González Rico
jueves, 4 de junio de 2015
EL ESPEJO
Te has mirado al espejo
de los días oscuros
y has visto campos yermos
sin pájaros ni flores,
ríos de barro
arrasando riberas,
cuchillos afilados
que cortaban voraces
el curso de los sueños.
Cierras los ojos
huyendo de tu imagen,
y dos lágrimas frías
vienen a recordarte
que aunque la luz estalle,
las golondrinas sigan
dibujando espirales
en el azul del cielo,
y en tu jardín las rosas
ofrezcan su dulzor
a las abejas,
¡otra vez es invierno!
Consolación González Rico
jueves, 7 de mayo de 2015
RENACER
Cerrar el círculo,
renacer al final,
limpiar las hojas muertas
del árbol de la vida,
abrir bien las ventanas
para que vuelen alto
las palomas cautivas.
Arrancar para siempre
las hojas malgastadas
de tantos calendarios
sin días ni esperanza.
Cambiar inviernos blancos
por verdes primaveras,
pozos oscuros
por mares luminosos
de azules infinitos;
cárceles de añoranzas
por barcos sin anclajes;
arenas de silencio
por sinfonías deseadas
de notas clandestinas
que te ericen la piel.
Cerrar el círculo,
reanudar el camino,
y al final… ¡renacer!
Consolación González Rico
sábado, 11 de abril de 2015
ESTA NOCHE
Si esta noche no buscas
el calor de mi boca,
perderán las palabras
el brillo deslumbrante
que encendió nuestra piel,
y el fuego que prendieron,
se apagará de súbito
entre escarchas y nieve.
Pavesas de ceniza,
vestirán nuestros cuerpos,
hábitos de negrura,
que ocultarán por siempre
los antiguos volcanes.
Si esta noche no busco
el nudo de tus brazos,
morirán ilusiones
en la sala de espera
de los huecos del alma.
Se secarán los sueños
sembrados en macetas,
heridos por la sed.
Se borrarán las huellas
de tu abrazo fulgente,
yedra de mi cintura.
Si no nos encontramos,
nosotros, esta noche,
se extinguirán los días
de besos y de rosas,
crecerán los inviernos
en estepas heladas,
y en las praderas yermas,
ya no habrá primaveras.
© Consolación González Rico
miércoles, 8 de abril de 2015
GOLONDRINA EN MÚNICH
Tu avión aterrizó a las cuatro de la tarde en el aeropuerto de Múnich. Gracias al curso intensivo de alemán, y a las horas de Internet delante de Google Maps, te las has arreglado, no sin apuros, para llegar al número 72 de Aidenbachstraße.
Te duele la espalda de arrastrar el equipaje, y el más leve sonido estalla en tu cabeza: el timbre exterior, la voz que te invita a subir, el roce de tus pasos en el portal, el ruido del ascensor.
Te presentas con tu mejor dicción a la mujer de mediana edad que te abre la puerta: Hallo, ich heiße Irene. Ella sonríe, te aprieta la mano y te dice que se llama Constanze. Habla deprisa, nada que ver con Corina, la chica con la que quedabas el pasado verano en la cafetería de la Biblioteca del Alcázar para practicar el idioma.
Después de la salchicha con tomate y el bote de cerveza que te ha puesto para cenar, te refugias en tu cuarto. No puedes dormir. En tu cabeza bailan cadenas de palabras de sonidos guturales; reclamos publicitarios, avenidas interminables, autobuses, prisas de gente que, en contra de lo que a ti te sucede, sí sabe cuál es su destino.
¿Qué importa el sueño esta noche? Estás en Alemania. A punto de estrenar un trabajo para el que te has preparado. Lo has conseguido. Como casi todo lo que te propones; eso dice tu padre. El primer desafío fue el piano. Diez años compatibilizando la música con las tareas de la escuela y del instituto. No lo decidiste tú, pero lo asumiste con igual responsabilidad y disciplina. Echas de menos el piano esta noche, no vayas a negarlo. Tus dedos se deslizarían con gusto por el Claro de Luna de Beethoven. Eras buena con el piano, por eso fue una sorpresa para todos cuando decidiste matricularte en Ingeniería Química. A tus dieciocho años, te uniste a ese tercio de chicas valientes que, desafiando estadísticas y consejos sesgados, irrumpen con ilusión y convicción en las aulas de las carreras de ciencias. Y a los veintidós, con un título flamante obtenido con brillantez, al que añadiste un máster en Industria Farmacéutica, comenzó tu periplo: cartas, currículos, entrevistas, veranos en Inglaterra, trabajos puntuales como azafata de congresos en el Beatriz, buzoneo, ventas a domicilio, camarera los fines de semana, cuidadora de niños, con apoyo escolar y doméstico incluidos…
Fue una suerte que tu amiga Patricia te hablase de aquella página de Internet. Entraste sin dudarlo. Te entrevistaron por webcam. Te pidieron tu curriculum traducido. Hasta una presentación personal, también en alemán, que recogiese lo que a tu juicio podías ofrecer a la empresa.
Tienes que dormir. Mañana será tu primer día. Sientes temor, respeto, orgullo, ilusión. Piensas que el vuelo hasta aquí ha sido largo; como el que hacen las golondrinas cuando emigran. Ellas buscan mejorar su hábitat; tú también. No emigran para quedarse; tú tampoco.
Y antes del que el sueño te venza, sonríes en la oscuridad y te dejas acariciar por la idea salvadora del retorno.
miércoles, 18 de febrero de 2015
TEMPRANO MADRUGÓ LA MADRUGADA...
Presentación del Club de lectura de Sonseca (Asociación de Amigos de Antonio Cerrillo) |
Te fuiste un día de enero. La nieve había tapizado las calles de blanco,
como si quisiera vestir tu partida. Hasta el agua de la fuente dejó de correr,
y se convirtió en cristal paralizado y mudo. Y ese día, que de tan blanco hería la retina, tras desafiar el hielo que
cubría calles y aceras, logré llegar hasta la iglesia para darte mi adiós.
¿Recuerdas, Antonio? Fuimos compañeros de trabajo, en aquel tiempo en
que la fe en el cambio nos encendía la ilusión. Años de brega y de esperanza, en los que
creíamos que los modelos educativos habían de adaptarse a los tiempos y a las
personas, desarrollarse, democratizarse, llegar a todos, para propiciar desde
la educación una verdadera transformación de la sociedad.
Nunca olvidaré el día de mi llegada al equipo que formaríamos en
la Unidad de Programas Educativos. Lo primero que me sorprendió fue esa mirada tuya que rebosaba ilusión y fe. Tus ojos, redondos y vivaces, parecían traspasar el teléfono, como si
quisiesen mirar a distancia a tu interlocutor, transmitirle la fe que tú
sentías. Y siempre terminabas prometiendo que harías lo posible, aunque la llave del grifo no estaba en tu
mano, como solías decir tantas veces, para que los chicos y las chicas pudiesen
disfrutar de unas instalaciones deportivas dignas donde desarrollar su cuerpo y
su mente.
Trabajador, honesto, convencido de tu tarea, comprometido con un proyecto social en el que creías, y al que entregaste tus esfuerzos y tu vida. Un hombre, en fin, parafraseando a Machado, en el buen sentido de la palabra, bueno.
Hoy, Antonio, amigo y
compañero, quiero decirte que es una satisfacción y un placer para mí participar
en esta actividad literaria. Un honor dar la salida a este Club de lectura de
Sonseca, promovido por la asociación que lleva tu nombre, “Amigos de Antonio
Cerrillo”, a la cual me uno, y con la cual comparto objetivos y horizonte: la
intención de nuclear, en torno a tu memoria, un proyecto de desarrollo cultural
que, estoy segura, miras con orgullo y aplaudes, desde ese lugar al que
marchaste, compañero del alma, tan
temprano, y en el que las tinieblas de aquí abajo ya no pueden alcanzarte.
Consolación González Rico
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