Tu avión aterrizó a las cuatro de la tarde en el aeropuerto de Múnich. Gracias al curso intensivo de alemán, y a las horas de Internet delante de Google Maps, te las has arreglado, no sin apuros, para llegar al número 72 de Aidenbachstraße.
Te duele la espalda de arrastrar el equipaje, y el más leve sonido estalla en tu cabeza: el timbre exterior, la voz que te invita a subir, el roce de tus pasos en el portal, el ruido del ascensor.
Te presentas con tu mejor dicción a la mujer de mediana edad que te abre la puerta: Hallo, ich heiße Irene. Ella sonríe, te aprieta la mano y te dice que se llama Constanze. Habla deprisa, nada que ver con Corina, la chica con la que quedabas el pasado verano en la cafetería de la Biblioteca del Alcázar para practicar el idioma.
Después de la salchicha con tomate y el bote de cerveza que te ha puesto para cenar, te refugias en tu cuarto. No puedes dormir. En tu cabeza bailan cadenas de palabras de sonidos guturales; reclamos publicitarios, avenidas interminables, autobuses, prisas de gente que, en contra de lo que a ti te sucede, sí sabe cuál es su destino.
¿Qué importa el sueño esta noche? Estás en Alemania. A punto de estrenar un trabajo para el que te has preparado. Lo has conseguido. Como casi todo lo que te propones; eso dice tu padre. El primer desafío fue el piano. Diez años compatibilizando la música con las tareas de la escuela y del instituto. No lo decidiste tú, pero lo asumiste con igual responsabilidad y disciplina. Echas de menos el piano esta noche, no vayas a negarlo. Tus dedos se deslizarían con gusto por el Claro de Luna de Beethoven. Eras buena con el piano, por eso fue una sorpresa para todos cuando decidiste matricularte en Ingeniería Química. A tus dieciocho años, te uniste a ese tercio de chicas valientes que, desafiando estadísticas y consejos sesgados, irrumpen con ilusión y convicción en las aulas de las carreras de ciencias. Y a los veintidós, con un título flamante obtenido con brillantez, al que añadiste un máster en Industria Farmacéutica, comenzó tu periplo: cartas, currículos, entrevistas, veranos en Inglaterra, trabajos puntuales como azafata de congresos en el Beatriz, buzoneo, ventas a domicilio, camarera los fines de semana, cuidadora de niños, con apoyo escolar y doméstico incluidos…
Fue una suerte que tu amiga Patricia te hablase de aquella página de Internet. Entraste sin dudarlo. Te entrevistaron por webcam. Te pidieron tu curriculum traducido. Hasta una presentación personal, también en alemán, que recogiese lo que a tu juicio podías ofrecer a la empresa.
Tienes que dormir. Mañana será tu primer día. Sientes temor, respeto, orgullo, ilusión. Piensas que el vuelo hasta aquí ha sido largo; como el que hacen las golondrinas cuando emigran. Ellas buscan mejorar su hábitat; tú también. No emigran para quedarse; tú tampoco.
Y antes del que el sueño te venza, sonríes en la oscuridad y te dejas acariciar por la idea salvadora del retorno.
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