Presentación del Club de lectura de Sonseca (Asociación de Amigos de Antonio Cerrillo) |
Te fuiste un día de enero. La nieve había tapizado las calles de blanco,
como si quisiera vestir tu partida. Hasta el agua de la fuente dejó de correr,
y se convirtió en cristal paralizado y mudo. Y ese día, que de tan blanco hería la retina, tras desafiar el hielo que
cubría calles y aceras, logré llegar hasta la iglesia para darte mi adiós.
¿Recuerdas, Antonio? Fuimos compañeros de trabajo, en aquel tiempo en
que la fe en el cambio nos encendía la ilusión. Años de brega y de esperanza, en los que
creíamos que los modelos educativos habían de adaptarse a los tiempos y a las
personas, desarrollarse, democratizarse, llegar a todos, para propiciar desde
la educación una verdadera transformación de la sociedad.
Nunca olvidaré el día de mi llegada al equipo que formaríamos en
la Unidad de Programas Educativos. Lo primero que me sorprendió fue esa mirada tuya que rebosaba ilusión y fe. Tus ojos, redondos y vivaces, parecían traspasar el teléfono, como si
quisiesen mirar a distancia a tu interlocutor, transmitirle la fe que tú
sentías. Y siempre terminabas prometiendo que harías lo posible, aunque la llave del grifo no estaba en tu
mano, como solías decir tantas veces, para que los chicos y las chicas pudiesen
disfrutar de unas instalaciones deportivas dignas donde desarrollar su cuerpo y
su mente.
Trabajador, honesto, convencido de tu tarea, comprometido con un proyecto social en el que creías, y al que entregaste tus esfuerzos y tu vida. Un hombre, en fin, parafraseando a Machado, en el buen sentido de la palabra, bueno.
Hoy, Antonio, amigo y
compañero, quiero decirte que es una satisfacción y un placer para mí participar
en esta actividad literaria. Un honor dar la salida a este Club de lectura de
Sonseca, promovido por la asociación que lleva tu nombre, “Amigos de Antonio
Cerrillo”, a la cual me uno, y con la cual comparto objetivos y horizonte: la
intención de nuclear, en torno a tu memoria, un proyecto de desarrollo cultural
que, estoy segura, miras con orgullo y aplaudes, desde ese lugar al que
marchaste, compañero del alma, tan
temprano, y en el que las tinieblas de aquí abajo ya no pueden alcanzarte.
Consolación González Rico
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