Éramos espigas que
maduraban
al sol de la vida,
flores nuevas,
que despertaban
a cielos
deslumbrantes,
tras dejar el
cobijo
infantil de la
inocencia.
Los sueños eran
nuestros,
en aquel tiempo
de cuadernos con
hojas de promesas,
de páginas en
blanco,
de colores
brillantes
para pintar los
días
de hermosas primaveras.
Éramos casi niños,
y en nuestros ojos
palpitaba el
asombro del presente,
las emociones recién
descubiertas,
y ese sueño hoy truncado,
nunca escrito,
que agonizó en
silencio, lentamente,
en la hoja gastada
y amarilla
de una vieja libreta.
Consolación
González Rico
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