El Puente Romano. Primavera de 2013 |
Es
de piedra y la piedra lo sustenta. Cuando niños, oíamos decir que el puente era
obra de los romanos, pero lo que más nos atraía de este enorme saurio, era
cruzarlo cuando las aguas crecidas casi lamían nuestras botas de goma, cosa que
sucedía en las épocas de lluvias, ahora inexistentes.
La
primera vez que nos aventurábamos a desafiar el peligro, el corazón corría más
que el miedo, y volábamos al otro lado sin mirar los remolinos ruidosos, del
color del chocolate, que parecían llamarnos por nuestro nombre con insistencia.
Cruzando al otro lado. Primer día del año 2014 |
Hoy,
en mi habitual paseo por los alrededores del pueblo, he contemplado el puente
de piedra desde la perspectiva del tiempo. Además de los ejércitos de niños jugando
a ser mayores, han pasado por él los antiguos moradores de las casas edificadas
al otro lado del arroyo; aceituneros camino de los olivares, cuando la
corriente cubría las pasaderas; amantes en busca de mares de trigo, en las primaveras verdes de la vida.
Rudimentario y sólido, por él no pasa el tiempo |
Bajo
su sólida estructura, han discurrido los torrentes y la lluvia mansa; el
trabajo secular de generaciones de mujeres que golpeaban cestos de ropa contra
las piedras, de rodillas en el suelo. Se han ocultado las ranas sedientas entre
el cieno; se han desecado las ovas y se ha agrietado el limo devorado por el
sol.
Y
hoy, primer día del año, lo he sentido atemporal bajo mis pies. Sin marcas visibles a mis
ojos. Inmutable. Casi eterno. Si el tiempo es
la medida del cambio, de esos giros astrales que determinan calendarios y
nos marcan la piel y el alma, puedo asegurar que el tiempo no ha pasado nunca por el
puente de mi infancia.
Consolación González Rico
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