Después de dieciocho largos meses, otros tantos interrogatorios, y mil vueltas a la cabeza intentando que las piezas encajaran, ya puedo respirar tranquila. No sé muy bien si he abandonado a los personajes, o si son ellos los que se han cansado de mí. Lo cierto es que desde hace una semana no me dirigen la palabra; ni me asaltan con frases al dictado mientras frío un huevo, acciono el secador de pelo o intento conciliar el sueño. ¿Liberación o vacío? Yo diría que ambas sensaciones se alternan a partes iguales cada vez que llega el momento de poner el punto final a una novela.
Y es que son tantos días caminando
de la mano, procurando entender sus reacciones, hablando con ellos y por
ellos, que los lazos se estrechan hasta convertirte en alguien de la
familia. Esa familia que tú has creado. Con la que lloras y te ríes. Por
la que tu mundo imaginario se apodera de tu mundo real.
Escribir y leer, me
atrevería a decir que nos permite apropiarnos de otras vidas; vivirlas
en primera persona, sobredimensionar nuestro mundo interior.
Unos días de descanso, y comenzaré a
volcar sobre el ordenador otras historias, lo suficientemente motivadoras
para mí, que justifiquen dieciocho meses de absoluta entrega.
¿A que parecen los hijos que ya volaron? Los personajes, quiero decir. Ley de vida. Ley de novelista. La felicidad del trabajo terminado tiene que ver con esa felicidad blanda y abandonada, con esa sensación de estar en el vacío.
ResponderEliminarOjalá esta nueva novela te depare éxito y alegrías venideras.
Un beso.
Pepe Quesada
Mucho sabes, amigo Pepe, de entusiasmos y abandonos literarios. Tú lo has dicho bien: "ley del novelista". O del relator, que tanto da. Flotas en una nube cuando los dejas y te dejan; vuelas sin norte entre la satisfacción y la vacuidad...
ResponderEliminarGracias por tus buenos deseos.
Un abrazo.
Consolación G. Rico