Hay temas que te
llaman, personajes que vienen de fuera para buscarte, que te sacan de tu
confort, de tu piel y de tus zapatos para caminar por senderos inexplorados y remotos.
Es entonces cuando tu cabeza
y tu corazón tratan de pensar y de sentir desde otras realidades ajenas a ti. Así
fue como surgió "La calma de las
arañas".
He de confesar que en
esta novela me alejé bastante del camino seguro, me aventuré a explorar
geografías vitales descarnadas, espinosas. Sin
embargo, mi deseo de entender y explicar esas realidades lejanas fue más fuerte
que el temor a quedarme en el camino.
Quienes conocéis mi
obra, sabéis que en ella reflexiono sobre la sociedad de nuestro tiempo, me
planteo preguntas, busco respuestas, denuncio lo que no me gusta, trato de dar
vida a las huellas de mi memoria; me sumerjo en la mente y en las emociones de
los personajes, intentando hallar la esencia del ser humano. Pero tampoco
olvido las circunstancias que trazan la trayectoria vital de cada uno.
En “La
calma de las arañas” están presentes también los mismos ejes constantes de mi
narrativa, pero con la dificultad añadida de que esta vez el escenario es la
cárcel, y los personajes, tres hombres que llegan a ella por senderos diferentes. Tres perdedores que llevan a sus espaldas las marcas de la genética, del
abandono y el maltrato infantil, de la homofobia o la pobreza.
Tres vidas que se tuercen,
tres voces que se cuentan con
lenguaje crudo. A veces provocador.
Tres historias que se
hacen presentes cada noche en la oscuridad de la celda; que reviven con dolor en
medio de la soledad.
Consolación González
Rico
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