el estruendo se llevó los cimientos,
las manos de su madre, sus caricias,
el abrigo y el pan, los juguetes,
la risa, los muros de la escuela,
las ropas que cubrían su cuerpo.
Y le dejó un desgarro en la mirada,
una tristeza fría, un mutismo de hielo,
quemaduras que curarán por fuera,
heridas que anidarán por dentro…
Y un camino que nunca se termina,
suelos de barro, alambradas, hambre,
lonas que guardan la orfandad y el miedo.
Exclusión de una infancia sin raíces,
que ha aprendido a llorar en silencio…
Consolación González Rico
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