"Detrás
del muro", el documental que anoche se estrenó en La Sexta, me lleva a
pensar en el constante caminar del ser humano hacia ese lugar donde se halla el
sueño de paz y pan, de solidaridad y de justicia, para muchos, tan solo palabras vacías de realidad.
Da
igual si los hierros que dividen mundos separan México de Estados Unidos,
África u Oriente medio de Europa; si el motivo del éxodo desesperado es el
hambre o la guerra. Lo cierto es que en el corazón de los que buscan, habita esa
ilusión que tantas veces se queda en el camino, y que, con cada tropiezo, se va
trocando en desesperanza, en triste convicción de que se alarga el trayecto hacia
la tierra imaginada, hacia el paraíso del bienestar y la abundancia.
Testimonios
de quienes hicieron el intento de alcanzar el muro desde Guatemala y México, nos
hablan de asaltos a las escasas monedas que guardaron en los bolsillos para la
travesía; de abusos perpetrados contra niñas que se convierten en madres; del
desencanto y del miedo, de vidas que en ocasiones se pierden por el camino; de
la desesperanza que obliga a abandonar el sueño y a desandar lo andado. De
la pérdida de la fe que un día, desafiando temores y peligros, los empujó hacia
la negrura de lo incierto.
Porque
cuando el sueño se apaga, y el desaliento hace nido en el corazón, muere el
deseo de seguir intentándolo.
Porque,
como confesaba un muchacho que hablaba con la madurez de un anciano, “es fácil
curarse los moretones del cuerpo, pero no las dolencias del alma”.
Y ante la crudeza de esta realidad, que podríamos hacerla
extensible a otras geografías y contextos, yo me pregunto:
Cuándo este mundo de hielo, esta conciencia nuestra,
endurecida con las imágenes que nos sirven cada día en el sillón desde la
pantalla fría de la noticia, será capaz de entender que esta tierra grande
alberga riqueza suficiente para que en ella broten la justicia y la paz.
Consolación González Rico
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