Hay
encuentros que trascienden lo literario, que se adentran en esas parcelas del
recuerdo donde habitan las emociones.
El día 28 de septiembre regresé a Villasequilla con un libro en la mano,
y no precisamente de Francés: "La vida que perdimos", mi última novela
publicada.
Ana Goméz-Chacón había cuidado todos los
detalles, en la mesa, Elena Fernández, Ana Díaz Cuesta y Gloria Saiz me
regalaron palabras llenas de cariño, y Clara, mi querida compañera, me hizo revivir momentos inolvidables.
Y esa tarde sentí que el tiempo retrocedía,
que retornaban aquellos años en los que estrenaba clases, y un alumnado
adolescente con el que ahora volvía a reencontrarme.
Alegría, emociones en desbandada, bromas, anécdotas que saltaban del
pasado y que nos provocaban carcajadas espontáneas, fiel reflejo de la
corriente que fluía de los afectos.
Allí estaban. En la biblioteca de Villasequilla. Los miraba, y sus
rostros casi infantiles de aquel tiempo se superponían sobre sus perfiles de
adultos, mientras yo trataba de hallar en sus rasgos las caras de antaño. Me decían su apellido (o su nombre), y
mi mente activaba mi lengua a instancias de la memoria y completaba el resto.
A muchos no había vuelto a verlos. Con
algunos me había encontrado alguna vez. A todos los recordaba con ese cariño
que cincela huellas profundas en el alma.
Deciros, queridos alumnos y alumnas, que el día 28 de septiembre vuestra
presencia en la Biblioteca de Villasequilla, los abrazos, la alegría y las
emociones que compartimos, fueron para mí el mejor regalo.
Gracias también a quienes con vuestra compañía, cercana y cariñosa, me hicisteis viajar a aquellos años que se quedaron
conmigo para siempre, bien guardados “en la despensa del corazón”, como diría Ricardo, el protagonista de “La vida que perdimos”.
Consolación González Rico