Me
gusta volver a mis orígenes. Cada vez que visito mi pueblo, disfruto
perdiéndome entre sus caminos, borrados por los pinceles del tiempo. Según las
veleidades de su clima extremo, mis pasos hacen crujir las grietas provocadas por las
persistentes sequías, o se hunden en los charcos que reflejan cielos grises, o, como en esta larga primavera, son acogidos blandamente por flores salvajes que
invaden la senda junto al río.
La humilde belleza de mi pueblo desata recuerdos viejos, que saltan en mi cabeza como lo hacen las ranas a mi paso cuando bordeo el arroyo.
Sacudida por la nostalgia, evoco el
tiovivo polvoriento de las eras de mi niñez, ahora cubiertas de flores, hundidas en su quietud,
lo mismo que aquellos campesinos que consumieron sus veranos entre polvo, sudor y paja; triturando espigas
y aventando granos, en su particular epopeya
para asegurarse el pan.
Oigo la
voz amada de mi padre, que brota de la piedra bajo la que se esconde su silencio temprano, sobrevuela la tapia blanca, y llega hasta mi oído con una rama de
olivo en los ecos del aire, como si quisiera apaciguar mis guerras interiores…
Y contemplo conmovida el puente de piedra, dinosaurio viejo, que después del aguacero en los otoños
infantiles nos ofrecía el peligroso encanto de sus aguas torrenciales, y nos
invitaba a cruzar a la otra orilla con el corazón encogido; como pajarillos asustados que se
lanzaran por primera vez al temerario vuelo.
Camino
y pienso. Flores, espinos y recuerdos. Hasta me atrevo a tejer algún poema.
Es
entonces cuando las emociones me resbalan por la cara y riegan las flores
azules del suelo, mientras un espino de la ribera intenta abrazar mi tristeza.
ESPINO SOLITARIO
Las lluvias
han borrado el camino,
lo mismo que el tiempo
de quienes vagaron
por él.
Mis pies tropiezan
entre flores azules,
y un espino se prende
de mi camiseta.
Me cuesta liberarme
de su abrazo,
y me pregunto,
de su hiriente caricia,
si no será su modo
de dar la bienvenida
a quien se acerca a su esplendor
agreste,
después de tantos días
de solitaria espera.
Consolación González Rico