Si aceptas los barrotes
que mudan libertad por acomodo,
si dejas que se instalen en tu casa
las certezas de la monotonía,
si niegas las alas que la vida te ofrece
y renuncias a los cielos azules
por la rutina de lo cotidiano.
Si encarcelas tu risa, tus palabras,
tu piel, tu pensamiento, tu ser y tu sentir,
no te extrañes si un día,
al mirarte al espejo,
el cristal te devuelve
unos rasgos distantes,
una mirada ausente,
apagada y ajena,
sin brillos que recuerden
aquellos ojos que lo esperaban todo,
ardientes, vivos, tuyos,
en los que alguna vez
relumbraron los sueños.
Consolación González Rico